El gran desafío veracruzano en el Istmo de
Tehuantepec (IV)

  • El cruce transístmico es añejo objetivo estratégico del gobierno mexicano que
    no termina de materializarse
  • Esto da la pauta para vigilar, ahora, su diseño y operación con sustentabilidad
    y responsabilidad social
  • Crisis climática, amenaza a la biodiversidad y abatir la desigualdad social
    obligan a su atención integral en el Istmo

Por Víctor A. Arredondo

En las últimas cuatro décadas se ha aplicado con poco éxito una serie de programas gubernamentales que buscan sacar provecho del valor geoestratégico del Istmo de Tehuantepec y reorientar su desarrollo
sustentable. La mayoría de ellos han sucumbido ante la burocracia que se opone a proyectos transexenales, elites locales que ven amenazados sus intereses o movimientos populares que ven afectados sus derechos. Otra razón del fracaso es que han adolecido de una visión integral y de alianzas comunitaria

Debe reconocerse, sin embargo, que el impacto acumulado de esos programas públicos ha favorecido al proyecto de largo plazo de grandes capitales con el aporte de “infraestructura, privatizaciones, mapeos territoriales, desplazamientos de pueblos originarios y monitoreo de recursos para su explotación irracional”. La lista de esas iniciativas es larga y de resultados exiguos: el Plan de Puertos Industriales (1979), el Plan Alfa-Omega (1980), el Programa de Desarrollo Integral del Istmo de Tehuantepec (1996), el
Plan Puebla Panamá (2001), el Sistema Logístico del Istmo de Tehuantepec (2007), el Plan Maestro de Desarrollo de Corredores Multimodales que concibió al proyecto en el Itsmo como el de mayor prioridad (2010), el Plan Istmo Puerta de América ( 2013), el Programa de Zonas Económicas Especiales (2013) y, recientemente, el Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec (2018) que integra al Corredor Interoceánico.
El Corredor Transístmico (CT) delimita una franja territorial de casi 48 mil km cuadrados con alrededor de 2.5 millones de habitantes que representan el 65% de la población total de esa región. Su ancho es variable y tiene 309kilómetros de longitud que cruzan 33 municipios de Veracruz, 46 de Oaxaca y cuatro grandes zonas metropolitanas (Coatzacoalcos, Minatitlán, Acayucan y Tehuantepec). El proyecto se basa en una vía ferroviaria rehabilitada, diez parques industriales con una extensión individual de alrededor de 500 hectáreas, una carretera interoceánica con sus respectivos libramientos y troncales regionales, un oleducto, un cableado de fibra óptica a lo largo de la franja, así como la ampliación y modernización de la infraestructura portuaria de Coatzacoalcos y Salina Cruz.

Además, retoma iniciativas anteriores como ofrecer incentivos fiscales para las nuevas empresas y que los contenedores vacíos puedan ser recargados en cualquiera de sus parques industriales. Es decir, no sólo se trata de un corredor de mercancías, sino una zona industrial y de servicios aduanales, fiscales, comerciales, de transporte multimodal, de manufactura de alta tecnología, y de productos agropecuarios con valor agregado. Su finalidad es convertir al CT en una vía complementaria al Canal de Panamá con costos operativos muy menores por el ahorro en combustible, tiempo (entre 7 y 10 días menos de cruce) y tarifas, lo que representaría ahorros de miles de millones de dólares anuales.
Más allá del beneficio económico que el CT representaría para el mercado de América del Norte, la iniciativa puede despertar interés de empresas japonesas, coreanas, chinas, europeas y de navieras globales. Ante un escenario de esa magnitud, es crucial llevar a cabo una planeación integral que incorpore planes micro regionales, normas y estándares estrictos de sustentabilidad y revisiones sistemáticas para no poner en mayor riesgo a las poblaciones del Istmo de Tehuantepec y a las últimas selvas tropicales y bosques megadiversos que quedan en América del Norte.

Nuevas tendencias y oportunidades

La creciente aenaza a la biodiversidad y la consecuente crisis climática han propiciado mayores compromisos por detener su ritmo destructivo y alentar la recuperación de hábitats megadiversos.

A ello se debe el surgimiento de acuerdos globales dedicados a cambiar las reglas en el mercado mundial para convertir a la biodiversidad en un asunto de atención prioritaria. Esto ha conducido a aplicar políticas ambientales más exigentes y a multiplicar los fondos multilaterales y filantrópicos dirigidos a preservar áreas protegidas en casi el 12% de la superficie terrestre.
Aunque ese esfuerzo no es suficiente ante el severo impacto de la actividad contaminante y la marginación en que viven grandes sectores de la población mundial, es alentador que la fuerza del mercado global reoriente la inversión hacia la “producción limpia”, el “consumo verde” y la promoción de negocios rentables que acrecienten la biodiversidad, que usen recursos biológicos de manera sustentable, que fomenten los servicios ambientales y el monitoreo ecológico como parte de su responsabilidad social. Esto es, ni más ni menos, actuar en concordancia con acuerdos como el de la Convención de Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (Protocolo de Nagoya, 2014).
Ese nuevo enfoque de negocios es un aliciente para reducir la pobreza rural porque significa el flujo de financiamiento de las urbes al campo, de las naciones industrializadas a las que buscan un equilibrio entre lo social y lo ambiental, hacia regiones pobres donde existe el mayor número de hábitats y especies en peligro de extinción y hacia la producción de energía, alimentos, fibras y servicios amigables con la naturaleza.
Esto ya se observa en el auge de productos orgánicos que, aunque sólo representan el 5% del mercado total, su tasa de crecimiento es tres o cuatro veces mayor a la de los procesados de manera convencional. Lo mismo sucede con el número de empresas que dedican esfuerzos y recursos a favor de la biodiversidad y a mejorar su imagen “verde” y sus relaciones con inversionistas, empleados y comunidades donde están establecidas.
Entre las empresas del “movimiento verde”, están las dedicadas a monitorear la captura de carbón mediante la biomasa de bosques, humedales y suelos; la bioprospección o búsqueda de nuevos genes y organismos en áreas silvestres; la preservación mediante bancos genéticos; la farmacéutica basada en plantas; la biotecnología supervisada de alimentos; el monitoreo de impactos en la biodiversidad o el ecoturismo que crece a una tasa anual de 20-30% en comparación con el 9% anual del turismo tradicional. A lo anterior, se agregan las “industrias-verdes” dedicadas a tecnologías, transportes y combustibles alternativos más eficientes y de menor impacto ambiental.

(Continuará)

Artículos de este serie:
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (I)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (II)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (III)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (IV)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (V)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (VI)
El gran desafío veracruzano en el Istmo de Tehuantepec (VII)

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